Texto de Guillermo Almaraz / Fotos de Maximo Kausch
(Reportagem publicada originalmente na revista argentina Vertical de maio de 2013)
“EMPRENDI LA LABOR DE COMPILAR UNA LISTA DE TODAS LAS CUMBRES ANDINAS QUE FUERAN SUPERIORES A 6000 METROS, INDICANDO LA FECHA DE ASCENCION Y EL NOMBRE DE SUS PRIMEROS VENCEDORES. ESTA LISTA REPRESENTA UN SECTOR DE LA HISTORIA DEL ANDINISMO, POR ENDE ESPERO PODRA RESULTAR DE ALGUNA UTILIDAD” VIKTOR OTROWSKI, 1905 1992
LEIA A MATÉRIA NO FORMATO ORIGINAL
LA MITICA COTA 6000 EN LOS ANDES ES LA VARA QUE SEÑALA LO MAS ALTO DEL RESTO DE LAS MONTAÑAS. CRUZAR ESA LINEA IMPLICA TRANSITAR LA ALTA MONTAÑA Y, AÑO A AÑO, MAS ANDINISTAS BUSCAN CONOCER QUE HAY MAS ALLA DE ESA COTA. EL CATALOGAR UNA CORDILLERA SIEMPRE HA SIDO UNA CUESTION CONTROVERTIDA Y UNA LISTA AMPLIA, COMO LOS +6000 ANDINOS, AUN DESPIERTA POLEMICA.
Los primeros que abordaron el tema sumando las cumbres en una reducida lista fueron dos alpinistas polacos que habían desarrollado una gran campaña en los Andes en los años 1934 y 1937. En la segunda edición de Más alto que los cóndores (1954), su autor, Viktor Otrowski, recopiló, de acuerdo a la cartografía oficial, las montañas superiores a seis mil metros. Unos años más tarde, otro andinista polaco, Witold Paryski, enumeró los +6500 basándose en un trabajo mayor que reunía todos los 6000 en la revista Taternik.
En 1966, el sueco Anders Bolinder, un pionero de los Andes y en las crónicas andinas, publicó un trabajo exhaustivo sobre los Andes y sus cumbres más altas. En Chile, del otro lado de la cordillera, el primer sudamericano que afrontaba más seria y metódicamente el tema, y hasta hoy inclusive el máximo conocedor y recopilador de la historia del andinismo, era Evelio Echeverría. Sus publicaciones en Revista Andina y las listas incluidas en el de 1963 y 1973 fueron los primeros y más precisos trabajos que agruparon a las cumbres andinas.
En Argentina, Alfredo Brignone, director de la revista La Montaña, enumeró a partir de su Nro. 11 (1968) las Montañas Argentinas y, lógicamente, iniciando por los +6000. El trabajo se basaba en las cartas del IGM y los datos de Evelio Echeverría. Fue la lista pionera de nuestro país y dio lugar a otras que se completarían en el futuro con los +6000 del resto de los países andinos.
Mientras el norteamericano Johan Reinhard se centraba en los +6500 (1990), al igual que el canadiense Gregory Horne (1993), a partir de 1995 el escocés John Biggar comenzó a compilar la lista definitiva de +6000 teniendo en cuenta la cartografía oficial de los países involucrados, pero sumando la variable del re-ascenso, o sea: si el +6000 no tenía al menos 400 metros desde el col más alto que lo unía a la montaña vecina, no era incluido en la lista, considerándolo cumbre secundaria. Con los mapas vigentes en 1996 la lista incluyó noventa y nueve montañas.
En 2002 publiqué un trabajo donde planteaba que con más de cien años de andinismo no se podían excluir montañas que tuvieran identidad histórica o cartográfica, siempre y cuando tuvieran por lo menos 300 metros de re-ascenso. En definitiva, era un criterio “humano” frente a la necesidad de encontrar una solución más “aritmética”. Incluí en ese trabajo 105 montañas. La lista de Biggar ocupó con el tiempo el lugar por excelencia e incluso con la publicación de nuevas cartas amplió a 102 el número definitivo de +6000 y, al estar basada en las alturas oficiales de cada país andino, quedó poco lugar a la discusión.
En 2011 encontré un trabajo de Máximo Kausch en altamontanha.com que me sorprendió. Basaba su estudio en criterios consensuados por la UIAA donde, además del topográfico (re-ascenso de más de 300 m), sumaba el morfológico y, por último, el montañístico. De esta manera, el criterio aritmético utilizado hasta ese momento era “corregido” por la geología e incluso por la historia. Además, basaba las alturas en la cartografía de cada uno de los países y las corregía con los datos disponibles SRTM y ASTER. A fines de 2012, y como si fuera una paradoja, al llegar a la cumbre de un +6000, el San Francisco, en la Puna de Atacama, encontré que el último testimonio incluido en el libro de cumbre era justamente de Máximo Kausch, que estaba recorriendo la cordillera GPS en mano midiendo alturas y tratando de subir la mayor cantidad de +6000. Facebook mediante, nos contactamos, intercambiamos ideas y pronto definió su objetivo:
“Tengo interés en que nosotros, los sudacas, hagamos un esfuerzo y conformemos una lista nuestra con criterios de verdad para finalmente decir cuáles son los +6000 de los Andes”.
Hay muchos problemas de toponimias, sobre todo en las cordilleras peruanas o el Cordón del Cachi Palermo, donde todavía se discute o no se conocen los nombres de las montañas. Estamos en 2012 y todavía discutimos cuáles son las montañas o cómo se llaman; eso tiene que cambiar”.
Creo que estamos en el momento justo para dar el último impulso y lograr una lista consensuada. Otrowski, Paryski, Bolinder, Echeverría, Brignone, Reinhard, Horne, Reuter, Biggar, Bracali, Vitry, Kausch y otros entre los que me incluyo, aportamos opinión y análisis, pero como dijo Max: deberemos ser los sudacas quienes la terminemos y deje así de ser la lista inconclusa.
Un hobby bizarro | Por Máximo Kausch.
Naturalmente, empecé a escalar sierras, cordilleras menores y volcanes andinos. Siempre escuchando hablar sobre una montaña, ruta mayor o más difícil. Así crecen nuestras ambiciones.
Cuando, a los 17 años, subía volcanes de 2000 metros en la Patagonia, escuchaba historias sobre los cincomiles mendocinos. Cuando con 18 ascendí por primera esos cincomiles del Cordón del Plata, las historias eran sobre el Aconcagua. Con 20 años, cuando tuve mi primer chance de subir el Aconcagua, siempre se hablaba de algo muy distante… Aquí las historias y anécdotas eran sobre los Alpes e Himalaya.
Al haber vivido mucho tiempo y relativamente cerca de los Alpes, mi carrera en estas montañas empezó a los 21 años. Por lo general aproximaba y escalaba solo en los Alpes. Esto me enseñó mucho sobre técnicas y cosas que difícilmente podría haber aprendido en los Andes. Pero por algún motivo, jamás dejé de comparar las montañas del mundo con nuestros Andes. También en los campamentos-base de aquí, ¡se hablaba sobre el Himalaya!
Los pocos sudamericanos que habían escalado en Himalaya volvían contando sobre sus expediciones como si fueran algo completamente inalcanzable para un escalador joven y sin experiencia como yo. Imaginaba que eso sería sólo para semi-dioses, pues tanto había escuchado hablar sobre esa cordillera y las hazañas que allí se lograban, que sólo podía ser gracias al Poder Divino que alguien llegara a coronar una cumbre.
Cuando por primera vez, a los 22 años, me fui a los míticos y tan hablados Himalayas, fui solo. Sin animales ni sherpas, un estilo que conocemos bien en los Andes pero que no es común por esos pagos. Lentamente empecé a escalar cumbres en lo que me inculcaron que era lo mejor del mundo y más importante que nuestros Andes.
Sin querer sacarle el mérito a las grandes cumbres del Himalaya, a lo largo de los años me di cuenta de que las montañas del Himalaya son montañas como cualquier montaña en el mundo. Todas tienen cosas míticas, cada una tiene su dificultad, su diferencia, ¡pero son montañas! Irónicamente, muchos de los temas de conversación en los campamentos base del Himalaya eran sobre los Andes… Allí se hablaba sobre bellas cadenas de montañas como la cordillera Blanca en el Perú o la desconocida Puna del Atacama entre Chile y Argentina.
Expediciones de 65 días, que era lo que duraban las expediciones a los ochomiles, modelaron mi carácter para poder pasar semanas completamente solo en los Andes, mientras que las rutas técnicas de los Alpes me garantizaron el nivel de escalada para superar la mayoría de las dificultades técnicas que pudiera encontrar. Durante los largos meses en Pakistán, Tíbet, Nepal, donde trabajo como líder de expediciones comerciales, siempre le contaba a los escaladores de todo el mundo sobre los Andes con su variedad de rutas y tipos de montaña. Mis ambiciones crecieron mucho en el Himalaya, yo tuve que crecer para estar a la altura de ellas. Lo más impresionante de todo esto es saber que con lo que se gasta escalando una montaña de 8000 metros, uno puede escalar ¡treinta o cuarenta seismiles en los Andes! Por esta razón me pregunto: ¿Por qué entonces no tenemos más gente escalando cerros por acá?
Me pregunté esto por años y la respuesta vino cuando yo mismo empecé a escalar gran cantidad de +6000 en los Andes: ¡No hay información! Nadie sabe cuáles son los +6000, cuántos son, cómo se llega, si hay agua o no… ¡Hay +6000 de los que todavía no se sabe el nombre ni qué altura tienen!
Siempre me acuerdo de una discusión entre un escalador italiano y uno suizo cuando estábamos esperando que pasara una tormenta en el Eiger en 2003. El italiano decía que el Matterhorn tiene 4477 m pero el suizo estaba seguro que eran 4478 m. Al escuchar esa discusión sobre un metro más o un menos del Matterhorn, ni me animé a contarles que algunos mapas usados en la actualidad en Argentina son de 1930, que todavía no sabemos cuántos +6000 existen ¡ni si algunos cerros tienen 300 metros más o menos! Sabía que era el momento de hacer algo y por lo menos matarme la curiosidad…
Con conocimiento muy básico en cartografía, empecé a compilar datos usando fuentes oficiales como el IGM y listas de +6000 disponibles en libros e internet. ¡Encontré hasta ocho versiones distintas de altitud para el mismo cerro!
Sumada a la gran variedad de altitudes oficiales, lo mismo pasa con algunos nombres. En esta búsqueda encontré ejemplos donde se atribuyen ¡cuatro nombres distintos a la misma montaña! Pues sí, estamos en 2013 y todavía ni sabemos qué tenemos.
Al terminar la exhaustiva tarea de conformar una lista de cerros que tengan “más o menos 6000 metros”, me dediqué a comparar esos datos con la información satelital de misiones topográficas como el SRTM (Shuttle Radar Topographic Mission del 2000), que es la base para muchos mapas, incluso algunos IGM, utilizando también datos ASTER (Advanced Spaceborne Thermal Emission and Reflection Radiometer del 1999). Todo junto, resultó en un estudio que me tomó 3 meses en casi-terminar, y al que todavía sigo sumando información con cada nuevo ascenso donde compruebo en carne propia los datos que extraje de la red. No solamente me peleé con mi ex-novia por todo el tiempo que gasté estudiando datos satelitales. Aprendí mucho sobre sensoramiento remoto, mapas e informaciones históricas. Sobre todo, gané mucho deseo de ascender esos cerros que pasé meses estudiando.
Conocer un poco de la geografía de los Andes me trajo una buena dosis de realismo: ¿Cómo hace uno para subir ciento diez seismiles? Con el estudio concluido a principios de 2009, yo tenía una idea de más o menos cuántos +6000 existen y, de cada uno, una altitud aproximada a la real, pero no tenía ni idea de cómo siquiera aproximar esos gigantes.
Con mucha paciencia y Google Earth tardé tres años más en compilar y complicar informaciones, planificando la aproximación a cada cerro. Basándome en la hidrografía, geología y logística, elegí las mejores rutas de aproximación y las cargué en el GPS. ¡Era el fin de mi hobby bizarro!
Una buena dosis de realismo
La complejidad de un proyecto así era algo que me asustaba, no sólo por las dudas que tenía sobre mí mismo al pensar en pasar tanto tiempo solitario. El no saber manejar ningún vehículo era algo que me puso ansioso también. Era el principio de 2012 y época de irme a trabajar. Como había hecho en los dos años anteriores, hacía una temporada triple guiando ochomiles en Nepal, Pakistán y Tíbet. Desde ese tiempo que no abría mucho la boca a respecto de los Andes, posiblemente para no pensar mucho en todos esos +6000 pues eran un tema muy complejo.
Como si fuera el destino, una de mis expediciones comerciales a Pakistán no salió bien y las visas fueron negadas. Un cambio en la política pakistaní en el último momento nos canceló la Fue en el remoto campamento base del Cho Oyu en Tíbet, a 5700m, donde supe finalmente que era el momento de empezar el proyecto. Allí mismo, en el campa mento, los guías que recibimos la noticia de que estábamos desempleados en los meses siguientes empezamos a hacer planes. Algunos querían pasar más tiempo con la familia, otros querían vacaciones en la costa del sureste de Asia y, yo, con mi plan bizarro de irme solo a los Andes a escalar algunas docenas de +6000.A la hora de la cena presenté mi plan de escalar tantos cerros en los Andes. Una pregunta bastante obvia pero que no se me había cruzado por la cabeza vino de un cliente alemán: “¿Cómo vas a aproximarte a la base?” Inmediatamente les conté que sería en una moto. Momentos después todos se caían de la risa cuando les conté que nunca me había subido en una moto en mi vida.
–¿Ese botón para qué sirve? –¡Ésa es la bocina!
Ése fue mi primer encuentro con una moto en Argentina, dos meses después de la expedición en el Tíbet. Sin idea de lo que estaba haciendo, empecé una larga y difícil tarea, algo que pocos se atrevieron a hacer, uno de los mayores desafíos de toda mi vida: ¡Comprar una moto en Argentina! Al llegar con tiempo, creía que podría comprar una moto para empezar la odisea por los seismiles, disfrutarla unos días, y conocerla con largos días de paseos alrededor de lagos con cisnes en época de cortejos… Pronto la realidad me hizo ver un contraste que no había analizado.
El mayor desafío del proyecto no fue escalar los seismiles, ni pasar semanas completamente solo, ni estar en lugares inexplorados con una moto… Lo más difícil de todo el proyecto fue tener acceso a mi plata para comprármela. Las leyes argentinas son tan burocráticas que tardé un mes entero en poder sacar mi plata de un banco extranjero para comprarla, siendo que tengo múltiple ciudadanía. Si uno tiene la plata, comprar una moto es una tarea muy simple en países pobres de Asia como Bangladesh. Pero en Argentina se convirtió en algo casi imposible. Hubo momentos del mes de agosto de 2012 en que casi abandoné el proyecto por la dificultad que los bancos y las autoridades argentinas me impusieron para ingresar el dinero que yo tenía en un banco extranjero, por el cual había trabajado.
Eran principios de septiembre cuando logré arrancar con la moto hacia el norte de Chile con la intención de concluir la parte más sencilla del proyecto hasta ahora: escalar 30 seismiles. No tenía idea de mecánica, manejar fuera de ruta o tampoco adentro de rutas pues nunca había manejado ni siquiera 100 kilómetros antes de empezar con los seismiles. Ayudado por la bronca que le tengo a los bancos, manejé 2000 km hasta la frontera de Chile con Jujuy. Elegí el volcán Pili, con 6046 m, como cerro de aclimatación. En el primer kilómetro de ripio, me caí 5 veces. La total falta de experiencia manejando en caminos de tierra me hizo pensar dos veces, recapacitar diez y putear mil. La solución llegó en un momento cuando tuve la idea de dejar todo el equipaje pesado, agua y combustible detrás de una duna en la base del cerro. Con la moto más liviana, pensé, tendría mucha más agilidad. Y así fue, de allí en más se hizo más fácil seguir aproximando el volcán.
Después de algunos kilómetros ya creía tener experiencia suficiente y empecé a acelerar. El Pili es un inmenso cono volcánico con mucha pendiente y presenta una cima cortada. Es claro que yo estaba mirando el volcán y no el camino. Resultado… otro accidente más. Pero esta vez doblé toda la estructura lateral de la moto.
A los 4600 metros hay una gigantesca duna repleta de piedras que sí o sí hay que pasar. Con mi vasta experiencia en manejar motos en arena volcánica, que hasta ese momento era de quince minutos, nuevamente decidí acelerar y pararme en los pedalines, encontrándome en el camino con una piedra de más o menos un metro cuadrado que hizo saltar a la moto por los aires y a mí de espaldas, cayendo con la rodilla aprisionada.
Ese fue mi bautismo manejando off-road. Al cabo de dos horas de manejo, terminé el día con la rodilla izquierda hinchada, contemplando el sol del atardecer y comiéndome la cabeza, reflexionando sobre la falta de juicio con el que había empezado éste, Mi Proyecto.
Me fui a dormir con la consciencia muy intranquila. Al despertarme, abrí el cierre de la carpa y vi el Pili iluminado con el sol del Este. Tiré el juicio por la ventana nuevamente y dediqué todo ese día a subir ése, el primer objetivo del viaje, y por eso el más recordado. Tardé cinco días en aprender lo básico sobre cómo manejar una moto en ripio. Mi curso intensivo fue en los nevados Palpana (6040m), San Pedro (6145m), San Pablo (6092m) y Aucanquilcha (6176m).
Más solo que náufrago en una isla Otra cosa que me marcó mucho durante el viaje fue la soledad. De los treinta seismiles que ascendí entre septiembre y octubre, sólo encontré gente en uno de ellos, el Quewar (6140m). Al bajar del Cachi (6380m), quería ahorrar tiempo y me fui en el mismo día al seismil más cercano. Al empezar la aproximación me di cuenta de que no tenía el nombre de ese cerro en mi GPS, sólo tenía la altura. Probablemente fue un error que cometí al pasar los datos de la computadora al GPS.
Como de rutina, hice la aproximación ese mismo día para llegar lo más alto posible antes de la noche. Así quería intentar la cumbre al día siguiente. En el camino, sorpresa: ¡huellas humanas recientes! Eran de botas plásticas de tres personas distintas. Me dio una gran alegría el poder encontrar alguien para hablar. Un poco después del atardecer encontré una carpa a 4800m al fondo de un lindo valle. Eran tres escaladores, uno de Tucumán y dos de Buenos Aires. No entendieron muy bien cuando les pregunté, entre otras cosas, el nombre del cerro. Después me puse en su lugar y me imaginé cómo sería si alguien aparece solo casi a la noche y me pregunta cómo se llama el cerro en el que estamos.
El encuentro con seres humanos fue muy corto, pues ellos se estaban aclimatando y tardaron cuatro o cinco días en subir al Quewar. Mi ascensión desde la ruta hasta que volví a la ruta fue de 22 horas. Y el motivo no fue para romper ningún récord ni para contar historias a mis nietos.
Tenía un sándwich de milanesa y un chocolate, ¡así había que ir rápido! Después del Quewar seguí completamente solo y tuve veintidós seismiles más para pensar un poco… En realidad todo me resulta más práctico cuando no voy acompañado. A veces, cuando salgo para una etapa con cinco seismiles me quedo 10 o 12 días sin ver a nadie. Para decir la verdad, no es tan horrible como muchos piensan, llega a ser agradable.
Cuando uno anda solo no hay nadie juzgando su técnica o acciones. Así finalmente es como alcancé a entender por qué escalo y quién soy realmente. Claro, hay dos situaciones que pueden hacer que uno extrañe estar entre gente: Cuando sale todo muy bien o cuando sale todo muy mal.
Cuando uno llega a una cumbre o ve una escena muy linda es un momento que estaría bueno poder compartirlo con alguien. También pasa lo mismo cuando sale todo mal. Al ser el único ahí, es obvio que si algo salió mal, es culpa tuya. Confirmar eso es muy triste. Generalmente, los compañeros nos confirman nuestra versión de que la culpa no fue nuestra, mismo sabiendo que en realidad sí.
Un ejemplo que siempre recuerdo cuando hablo de momentos malos fueron las dos veces que la moto se congeló arriba de los 5000 metros. Mi cerebro mal nutrido no me permitía entender ciertas cosas que pasaban con la moto, pero fue en el seismil número veintiuno que entendí por qué la moto tenía tantos problemas. Las motos no están hechas para que uno las lleve a más que 5000 metros y las deje solas por unas noches a 25 bajo cero. Ya después de haber concluido mi 21o seismil, decidí fijarme a ver cómo iba el aceite. En lugar de aceite había algo que se parecía a la miel: el aceite estaba tan frío que se había formado una pasta. Obviamente, la moto no podía arrancar así. Al salir del ritmo mental acelerado en que venía de escalar tantos cerros, paré para pensar dónde estaba y lo peligroso que era si no podía salir de ahí.
Después de subir el Incahuasi (6621m) y el Fraile (6061m) en el mismo día, quise bajar – todavía en el mismo día– pero la moto no quiso cooperar. Después de casi dos meses de increíbles maltratos, la moto no aguantó. La última vez que se congeló, la tuve que dejar a 5200 metros y caminar 40 km para encontrar ayuda. Fueron cinco días hasta que conseguí ayuda con un gendarme de Tinogasta que se llama Peralta.
Hasta el momento de escribir esta nota, alcancé cincuenta y dos +6000 en todos los Andes. Mucha gente me felicita, pues les parece un número bastante grande. De mi lado, veo que es un número cada vez más chico. Escalar seismiles es una oportunidad de conocer un poquito de cada pequeña cordillera dentro de los Andes. Cuando llego a una de esas cimas veo docenas de otros cerros menores que ni me imagino cómo se llaman. Cuanto más escalo, más cimas alcanzo, y más me doy cuenta de que no escalé nada. De a poco voy confirmando la altura de cada seismil para que un día cualquier persona o yo mismo podamos terminar la lista inconclusa.
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