Texto de Isabel Suppé / Fotos de Maximo Kausch
(Reportagem publicada originalmente na revista argentina Weekend de maio de 2010)
Entre vientos intensos y largas jornadas de marcha, dos escaladores ascendieron la pared sur del Mercedario (6.776 m), La Ramada y e intentaron el Pico Polaco.
Se habrá quedado intrigado de conocer los rumbos que tomaron nuestros escaladores Isabel Suppé y Maximo Kausch después de que nos despedimos de ellos en la terminal de Mendoza. A bordo del Expreso Uspallata Isabel me había revelado su próximo destino: el valle del Colorado en San Juan. Respirando el perfume de la aventura que emanaba de las páginas amarillentas de Más alto que los cóndores habían acompañado la legendaria expedición polaca de 1932. Y ni bien terminado el libro sabían que no quedaba otra que seguir las huellas de aquellos pioneros que habían venido en barco desde el otro lado del mundo para escalar un cerro de nombre Mercedario y las montañas vecinas.
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A mediados de diciembre había llegado el momento. Con el objetivo de escalar La Ramada, el Pico Polaco y la segunda pared más larga del continente – la pared sur del Mercedario -, nuestros escaladores se embarcaron hacia Barreal. De ahí siguieron viaje en una algo vaqueteada lata con cuatro ruedas. Tras dos horas y una infinidad de polvo arribaron a Santa Ana, un verdadero pequeño oasis en medio del desierto y, probablemente, el puesto más hermoso de gendarmería de todo el país. Desde allí partió la expedición a la mañana siguiente, no sin antes conmemorar el cumpleaños de Isabel con globos, velas, una improvisada torta y un casco Black Diamond de regalo.
El aire matuitino anunciaba un día caluroso, y el primer cruce del río Colorado demostró ser un verdadero acto de equilibro sobre un angosto tronco. Con el sol ya alto en el cielo mojarse hasta la cintura se transformó en un verdadero alivio. Ocho horas, 32 km y un par de alpargatas después, nuestros escaladores empezaron a sentir el olor que provenía del fogón de los arrieros en el campamento intermedio Vega Larga.
Segundo día de aproximación La jornada se hizo corta y los escaladores pronto se encontraron almorzando en la sólida pirca que los polacos habían erigido casi 80 años antes, en el campamento base. En ese hermoso lugar con agua limpia, el Pico Polaco, también llamado el Pequeño K2, enamoraba desde las alturas del glaciar Salto Frío y la pared sur del Mercedario resplandecía en toda su blancura.
Isabel y Maximo decidieron no perder tiempo.Querían ganar altura lo más rápido posible a fin de aclimatarse en una montaña técnicamente fácil, para luego incursionar en el mundo encantado de las paredes de nieve y hielo. Con esas intenciones comenzaron a la mañana siguiente el ascenso de la Ramada (6.384 m). Sin embargo, Maxi olvidó pronto la prisa ya que lo detuvo su alma de arqueólogo y pasó a fotografiar desde todos los ángulos la impresionante cantidad de fósiles marinos que encontraron a lo largo del camino. La misma montaña parecía querer relatarles su prehistoria y cómo pasó de ser una cuenca submarina a formar una de las mayores elevaciones de la Cordillera de los Andes.
Después de un día de descanso en el ventoso campamento 2, a 5.400 m, había llegado el momento de visitar la cumbre. ¡Qué extraño les resultó subir una montaña sin piqueta ̧ grampones y cuerda! Sin grietas ni peligro de caída, la ascensión hubiera sido un paseo muy disfrutable de no ser por las ráfagas de viento helado. Alcanzaron la cumbre después de casi cinco horas de marcha y pudieron ver cómo el Glaciar de los Polacos emergía en todo su resplandor en la cara nordeste de la cima más alta de América. Como era temprano, decidieron desarmar su campamento y terminar el día festejando la cumbre con un postre de chocolate frente a una fogata en el campamento base, donde unas liebres se perseguían entre sí y un guanaco recién nacido daba su primeros pasos.
Pronto los escaladores ya andaban nuevamente con sus mochilas a cuestas. Su destino: el Pico Polaco. Alcanzar la base del cerro se tornó en una trepada bastante incómoda. Sin embargo, pronto se olvidaron de las molestias, porque el glaciar se explayaba como un mar de torres de hielo azul al pie del Pico Polaco. Hubieran querido tener una semana para jugar con sus piquetas en ese ¡paraíso de la escalada en hielo!
Llegó navidad. Maxi fue despertado por un alegre ho-ho-ho. Era Papá Noel que le había traído un nuevo freno de escalada. Pronto descubrieron que no era mera casualidad que Papá Noel entendiera de equipos, porque resultaba ser un versado escalador Se cruzaron con él ni más ni menos que debajo del serac del Pico Polaco. Sin embargo, tuvieron que renunciar a escalar la cima que desde lo lejos les había parecido tan bella. Habían iniciado la escalada hacia las cinco de la madrugada y el sol los encontró ya altos en la pared, con calor y un manto de nieve cada vez más inestable y empinado.
A las dos de la tarde el filo cumbrero parecía al alcance de sus piquetas. Desgraciadamente la temperatura iba en aumento y seguir ascendiendo por el manto sumamente blando con 75° de inclinación hubiera sido muy peligroso. Durante el descenso las condiciones empeoraban aún más: el agua salía a chorros por el medio de los tornillos y los escaladores tenían pronto la impresión de estar practicando un deporte acuático. Respiraron con gran alivio cuando volvieron a sentir tierra firma debajo de sus pies.
Imprevisto meteorológico
Después de dos días, muchas risas y buenas charlas en el base, ambos protagonistas tomaron nuevamente sus mochilas para ir hacia el objetivo principal: la pared sur del Mercedario. Después de subir durante varias ventosas horas entre morenas amarillas, establecieron lo que creyeron ser nada más que el campamento de una noche, ya que pensaban escalar la pared esa misma madrugada. Poco sabían que los esperaba una semana entera de fuertes vientos que los iba obligar a contemplar la pared durante largas horas desde abajo, mientras la comida se les acababa de manera irremediable.
Isabel y Maxi tenían a cada vez con menos esperanza de poder escalar la segunda pared más alta del continente que tanto habían soñado. Con tristeza pensaban en emprender la retirada. Pero antes de renunciar definitivamente decidieron emprender un intento de conseguir comida. Arrastrando sus estómagos partieron al base. Y ¡oh milagro! Una expedición yanqui se estaba retirando y les dejó 20 kg de comida.
Con las barrigas llenas volvió el optimismo y hasta el viento se calmó. Había llegado el día De madrugada empezaron un lento y muy cansador avance a través de un bosque de penitentes que transformaba cada paso en un gran esfuerzo. Escalaban en silencio, con miedo de escuchar un “bajemos” del compañero. Pero ninguno de los dos lo pronunció y siguieron aferrándose a sus piquetas y al sueño que los había llevado hasta ahí.
Varios cientos de metros más arriba los penitentes desaparecieron, pero en su lugar apareció otro obstáculo: unas inestables y peligrosas placas de hielo verglas que los obligaron a avanzar con suma cautela. Una placa de esa índole había causado la muerte del joven escalador que se hallaba enterrado en el campamento base. No siempre todo termina Cuando les pareció haber pasado lo más agotador de los 1.600 m de desnivel de la pared, y por fin encontraban buenas condiciones de nieve… faltaba mucho para poder relajarse. Estaba empezando a soplar un fuerte viento blanco y los ambos trataban de acelerar sus pasos a pesar del cansancio, ya que no se podía ni soñar con establecer un campamento donde estaban. No había una sola roca, ni una grieta donde protegerse de las inclemencias del tiempo.
Sacudidos por las ráfagas tuvieron que progresar durante varios horas más, hasta los 6.100 m para, al fin, encontrar el anhelado campamento de altura. Y a buena hora. Mientras Isabel y Maxi se calentaban con una sopa, el viento no hacía más que empeorar, tanto que los obligó a permanecer todo el día siguiente en su precario campamento.
Por suerte, el día de cumbre llegó. Y llegó acompañado de buen tiempo. Al amanecer los dos ya estaban en marcha y rápidamente escalaron con todo el peso a cuestas hasta los 6.600 m de altura. Ahí se encontraron con la ruta normal, por lo que decidieron subir los últimos 176m sin mochilas. A las 11 se abrazaron en la cumbre, profundamente agradecidos de no haber renunciado a pesar de todos los obstáculos.
Aún falta mencionar que no por alcanzar la cumbre habían vencido todos los obstáculos. Después de dos días de descenso por la ruta normal los esperaba otra dificultad: volver a la civilización sin contar con transporte propio. A más de 50 km de la próxima casa los pasó la única camioneta. Desgraciadamente, los ocupantes no desaceleraron la marcha ni se detuvieron a preguntar si precisaban ayuda.
Pero por suerte todavía hay gente solidaria en nuestra Argentina. Isabel y Maxi pasaron una noche al borde de la ruta y unas largas horas en un refugio que se construyeron para protegerse de la intensa radiación solar del desierto. Al final llegó la camioneta salvadora que los devolvió a la civilización, a Barreal, y a las empanadas.
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